domingo, 28 de septiembre de 2008

EL PAÍS DE GARCÍA

Dentro de la colección Larumbe de Clásicos Aragoneses ha sido reeditada recientemente la novela "El país de García", del escritor oscense José Vicente Torrente Secorún (1). El libro, que vio la luz por vez primera en 1972 en la prestigiosa colección Ancora y Delfín de la editorial Destino, había caído en un lamentable e inmerecido olvido (muy propio de una tierra poco pródiga en el reconocimiento de sus propios talentos y donde ser profeta sea posiblemente más difícil que en cualquier otro lugar) del que ahora la encomiable labor de Larumbe pretende rescatarlo. Esta nueva edición ha corrido a cargo del profesor de Literatura Javier Barrero, quien realiza una brillante y completa introducción además de una oportuna y aclaratoria anotación que enriquece con provecho la lectura del texto.

Debo empezar reconociendo que, dada la dificultad para encontrarla, no había podido leer la novela antes de su actual reedición y desconocía también casi toda noticia biográfica sobre su autor; por tanto, prácticamente todos los datos que aquí se indican sobre él están sacados del excelente estudio preliminar del profesor Barrero. Nació José Vicente Torrente en pleno Coso oscense en 1920 dentro de una conocida familia de la ciudad. Por parte materna está emparentado con Santiago Ramón y Cajal y con el embajador Máximo Cajal, con quien comparte oficio diplomático y afanes literarios. Sobrinos suyos son los hermanos Saura: el cineasta Carlos y el ya fallecido pintor Antonio. Desde niño sintió una gran pasión por la lectura que lograba satisfacer sobre todo en la casa de sus abuelos en Vicién, pueblo próximo a Huesca en el que pasaba los veranos y donde, según indica al final del libro, en su finca de "El Zafranal", empezó a escribir en 1960 la novela de la que en este artículo nos ocupamos. Muy joven participó en la guerra civil dentro del llamado bando nacional. Tras la contienda, estudió Derecho y empiezan sus primeras colaboraciones y creaciones literarias, a las que nunca se dedicará como medio de ganarse la vida, sino como una segunda actividad en su tiempo de ocio. Tras especializarse en Política Económica y dar clase de la materia en la Universidad, ingresó en la carrera diplomática que le llevará a destinos tan distintos como Haití, Estados Unidos, Francia o Venezuela. Actualmente, además de atender los negocios familiares, se dedica a cultivar su gran afición al dorado de libros, sobre la que editó en el año 2000 la obra "Manual del dorado de libros".

Además de sus trabajos sobre Economía y Derecho y de sus importantes traducciones de obras extranjeras sobre dichas materias, José Vicente Torrente cuenta con una estimable producción literaria dentro de la narrativa. Casi todas sus novelas han sido publicadas por la editorial barcelonesa Destino. No disponemos aquí de espacio sino para enumerarlas: "IV Grupo del 75-27" (1942-1943), " En el cielo nos veremos" (1956), "El becerro de oro" (1957) - con la que fue uno de los finalistas de premio Nadal, ganado ese año por Rafael Sánchez Ferlosio con su novela "El Jarama" -, "Tierra caliente" (1960), "El país de García" (1972), "Los sucesos de Santolaria" (1974), "Contra toda lógica" (1988) y "El país de don Álvaro" (1997).

"El país de García" es un libro sorprendente y atípico (2). A mitad de camino entre la novela y el libro de viajes o la guía geográfico-artística -en realidad, podría decirse que son dos libros en uno-, reparte, casi a partes iguales, su extensión entre el relato narrativo en el que los personajes viajan y dialogan -si fuera una película los modernos la llamarían "road movie"- y la descripción física y artística de los lugares recorridos, que abarcan prácticamente la provincia de Huesca en toda su extensión. Todo ello en una envoltura lingüística de gran riqueza literaria y léxica, con un lenguaje a propósito arcaizante -destaca el uso frecuente de formas verbales con pronombre enclítico y de formas ya en desuso en la época en que fue escrito, como la preposición "cabe" con su significado de "junto a"- y con claras reminiscencias literarias. Entre estas últimas son evidentes las de la novela picaresca y algunas otras que enseguida pasaremos a analizar. Y es que a la condición de gran lector, y como consecuencia, el autor une un manifiesto conocimiento de los clásicos de nuestra literatura. Hay dos obras -con las que por ser máximas cimas literarias la comparación no procede, pero sí la referencia- que, sin duda, el autor ha tenido muy en cuenta a la hora de pensar y escribir su libro: "El Quijote", de Miguel de Cervantes, y "El Criticón", de Baltasar Gracián. Según escribe Barroso en el prólogo del libro, el autor confiesa haber leído veintisiete veces la primera y tener a la segunda entre sus lecturas preferidas. De ambas toma, entre otras cosas, la estructura itinerante con dos personajes, amo y criado. Don Quijote y Sancho, Critilo y Andrenio y Don Dimas y su criado en la novela de Torrente, que conversan con buen juicio y sabiduría y van encontrando sucesivos personajes en su camino que ofrecen un panorama variado de los comportamientos humanos y que desprenden en el fondo una cierta filosofía escéptica y una visión algo desencantada de la vida. A semejanza de "El Quijote" y de la novela picaresca, se suceden las posadas - con posaderos pendencieros o ameradores de vino - y cada encuentro en el camino es una pequeña historia en sí misma. También encontramos un tono sentencioso con abundancia de refranes en boca de los personajes; algunos son variaciones sobre el mismo tema, como cuando para referirse al egoísmo interesado y a la ingratitud de la gente una vez conseguido lo que se pretende se dice "rogar al santo hasta pasar el tranco" y "quitado el culo al cesto, acabase el parentesco". A imitación del Critilo de "El Criticón", Don Dimas muestra prudencia y buen criterio ante los comportamientos humanos hipócritas, falsos o ambiciosos que el tan bien y con tan buen ojo enseguida identifica y reconoce. Y de ambas obras -sobre todo de "El Quijote"- se toma, además, esa mirada irónica, muchas veces directamente humorística, ante el desfile de personajes extravagantes y grotescos que se suceden en el libro. A otro libro nos recuerda también éste en algunos momentos: el "Pedro Saputo" de Braulio Foz, con el que tiene algunas notorias concomitancias, sobre todo en el tono y en su recorrido geográfico, que en la novela de Torrente no por casualidad se inicia también en Almudévar.

Casi la mitad del libro ocupa la parte descriptiva de los lugares que recorren los personajes a lo largo de sus páginas. Desde su arranque en Almudévar hasta su separación en Montañana, el narrador y don Dimas, en su carromato de mulas, viajan por toda la provincia oscense cuyos paisajes, iglesias, castillos, pueblos o ciudades son descritos en una prosa rica y literaria, con especial detenimiento en los lugares de interés artístico en los que el autor, de manera personal y subjetiva, realza aquello que le agrada y no se priva de criticar ni el abandono ni la desidia ni el mal gusto que ha acompañado a muchas de las reformas y añadidos que, en nombre de una pretendida modernidad, se han realizado en antiguas edificaciones despojadas casi siempre de ese modo de buena parte de su original belleza. El libro se divide en doce capítulos que son doce etapas del camino con arranques o llegadas en Almudévar, los llanos del Alcoraz, Sariñena, Altorricón, Selgua, Bierge, Huesca -descrita con más detalle que ningún otro lugar, pues los personajes se detienen en ella una semana-, Puente la Reina, Santa Cruz de la Serós, Biescas, Benasque y Graus, por nombrar los lugares que se citan en los epígrafes de la docena de capítulos mencionada. El autor se recrea y detiene más en los somontanos de Huesca y de Barbastro y recorre con mayor rapidez el Pirineo de occidente a oriente, aunque, según explicación de Barroso, eso tal vez se deba a que la editorial le hizo recortar esta última parte del libro para que éste mantuviera un mayor equilibrio entre la narración y la descripción que componen la obra.
La novela está narrada en primera persona por un personaje del que se dan muy pocos datos. Tras conocer en Huesca a don Dimas -médico que oculta su verdadera condición para pasar por curandero y ganarse la vida como tal, además de como capador y tratante de ganado gracias a su condición viajera-, entra a su servicio en Almudévar el día de San Jorge del siguiente año y con él va de pueblo en pueblo hasta su despedida en Montañana, cuando no debe de quedar mucho, por la referencia que a ella se hace, para la sanmiguelada. Acompañan a estos dos personajes principales otros dos más secundarios: el avisador Gregorio Sotero y el mozo de mulas Restituto Azcón. Muchos son, además, los personajes que en el camino encuentran, de curiosos oficios y extrañas apariencias: el español perfecto -mitad español, mitad alemán-, el genealogista y heraldista que se aprovecha de los sueños de grandeza de quienes buscan ilustres linajes en su pasado familiar, el estudioso de las moscas, el criador de grillos y coleccionista de enanos, el azutero o encargado de un azud o presa hecha en el río. Todos ellos componen una variopinta galería de personajes, de fugaz aparición en la mayoría de los casos. Dos de ellos adquieren, sin embargo, más presencia que el resto; uno por sus apariciones sucesivas y otro por acompañar a los protagonistas en la última parte del viaje. Son don Secundino González Lobo, pícaro nómada que desempeña mil oficios desde empresario de espectáculos circenses hasta guía para pasar a Francia, y don Magín de Papalardo y Carrascoso, hombre rico con aspiraciones literarias que se convierte en el principal interlocutor de Don Dimas, a quien sin embargo acaba abandonando tras una discusión en la que éste le critica. Tal vez la parte narrativa quede corta y podría haber tenido un más extenso desarrollo, pero el autor ha preferido dar un igual protagonismo a la descripción, con lo que convierte, de esa manera, a la provincia entera en protagonista principal y destacada de su libro.

La forma de entender la vida y las enseñanzas de don Dimas, que "sabía mandar y hacerse obedecer de buenos modos" y de quien se destaca "el afecto y el buen humor que ponía en el trato", se ponen de manifiesto en los siete mandamientos y en los consejos que enseña a su criado cuando entra a su servicio, y que, en gran medida, se corresponden con el pensamiento graciano (3): la observación, el no extrañarse de nada de lo humano, la prudencia, la desconfianza y el escapar sobre todo de los ambiciosos, "porque la gente de esa ralea son capaces de hacerse una bolsa con tu piel y luego dormir a sus anchas".

La lectura de la novela entretiene por su amenidad, y su calidad literaria satisface al lector que disfruta con la belleza de un estilo de elevado gusto estético. Esperemos que su reedición sirva para sacar al libro definitivamente del olvido y situarlo en el lugar destacado que merece dentro del panorama literario de nuestra provincia.

NOTAS:
(1) "El país de García". José Vicente Torrente. Larumbe. Clásicos Aragoneses, 28, Filología, 2004.
(2) Según indica el autor al inicio del libro, el título proviene de una crónica árabe de finales del siglo XI en la que, para referirse al incipiente reino de Aragón en las montañas de Huesca, se dice: "Aragón es el nombre del país de García, hijo de Sancho... "
(3) Al final del libro, al llegar a Graus, hay una breve pero ilustrativa referencia a Gracián: "En Graus es fama que Gracián
, otro espíritu enemigo de la indolente y engañosa conformidad, escribió su Criticón".

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón, el 20 de junio de 2004)

José Vicente Torrente Secorún, diplomático y escritor oscense, falleció el 11 de julio de 2006 a los 88 años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un libro y un autor aragoneses injustamente olvidados. En esta tierra somos así.

carlos bravo suarez dijo...

Desgraciadamente,coincido plenamente con tu observación.