jueves, 28 de febrero de 2008

LAS COLONIAS INFANTILES EN RIBAGORZA DURANTE LA GUERRA CIVIL


TORRE PENTINETA O TORRE ROMERO EN LAS VENTAS DE SANTA LUCÍA, CERCA DE GRAUS


                                       BALNEARIO DE LAS VILAS DEL TURBÓN

En la pasada Guerra Civil, el territorio aragonés quedó partido en dos: la zona occidental, con las tres capitales de provincia incluidas, cayó en manos de los insurgentes golpistas; la zona oriental permaneció fiel al Gobierno de la República. Con la llegada de las milicias catalanas se creó un frente de guerra, con algunos focos más activos, a lo largo de toda la comunidad. La Ribagorza, en la zona más oriental de Aragón, permaneció, en un principio, alejada de las operaciones militares y a salvo de los peligros inmediatos del frente. Para apartar a algunos niños de los riesgos de éste y continuar con su educación, lejos del fragor y las penalidades de los enfrentamientos bélicos, se crearon en algunas poblaciones de esta comarca unas cuantas colonias infantiles que acogieran a los niños desplazados desde las zonas de combate. A explicar la creación y el funcionamiento de estas colonias ha dedicado Enrique Satué Oliván su último libro, aparecido en fechas recientes, "Los niños del frente", editado por el Ayuntamiento de Sabiñánigo, el Instituto de Estudios Altoaragoneses y el Museo Ángel Orensanz y Artes del Serrablo, dentro de la colección "A lazena de yaya" y espléndidamente ilustrado con los dibujos de Roberto L´Hôtellerie, profesor de Dibujo del I.E.S. Pirineos de Jaca.

Como en libros anteriores ("Religiosidad popular y romerías en el Pirineo","El Pirineo contado", "Cabalero, un viejo pastor del Pirineo" o "Caldearenas. Un viaje por la historia de la escuela y el Magisterio rural"), Enrique Satué lleva a cabo una valiosa aportación, en este caso histórica, al conocimiento de nuestro territorio. El libro informa sobre un aspecto poco conocido de la Guerra Civil y lo hace con documentación de primera mano: el autor ha localizado a algunos de los niños todavía vivos y, entre recuerdos veraces y algunos desvirtuados por el paso del tiempo y la propaganda posterior, ha reconstruido con rigor, fidelidad y detalle un episodio casi del todo olvidado de aquellos años de nuestra última contienda civil. Importante es también para esta reconstrucción el testimonio de personas como Palmira Pla, delegada regional de Colonias en el Gobierno regional de Aragón durante la guerra y prologuista del libro, cuya localización y encuentro en Benicàssim son narrados con emoción por el autor, y Pepita Facerías, directora de la colonia de Estadilla, que vivieron, desde dentro, la gestación, organización y desarrollo de esa singular experiencia educativa. También han servido al autor para su documentación las publicaciones de la FETE  sindicato ugetista de la enseñanza , algunos fragmentos de las cuales aparecen, a modo ilustrativo, en los anexos finales del libro.

El fenómeno de las colonias escolares empieza a producirse en Europa a finales del siglo XIX. La II República, siguiendo el modelo de la Institución Libre de Enseñanza, fomenta su creación que, con la Guerra Civil y la necesidad de evacuación de la población civil de Madrid y de otros lugares asediados por el conflicto bélico, se convierte en una necesidad y una manera de alejar a los niños de los horrores de la guerra y de continuar su educación en las zonas rurales, que proporcionan una mayor tranquilidad y un contacto con la naturaleza que favorecen su formación integral. La mayoría de estas colonias se crean en Cataluña y Levante y reciben, fundamentalmente, a los niños que deben abandonar la asediada capital de España. En Aragón se ponen en funcionamiento algunas colonias en las zonas orientales de las provincias de Huesca y Teruel. El libro de Enrique Satué se centra en las oscenses, que, salvo la ubicada en Tamarite, de carácter anarquista y de la que apenas se tienen datos, se sitúan en la comarca de Ribagorza, en las poblaciones de Graus, Benabarre, Benasque, Estadilla hoy perteneciente al Somontano, pero histórica y lingüísticamente ribagorzana y Las Vilas del Turbón.

Estas colonias, excepto la de más tardía creación de Las Vilas del Turbón, tienen una duración de un año. Se crean en marzo de 1937 y se desmantelan, ante el imparable avance franquista, en el mismo mes de 1938. Los niños, que fueron trasladados hasta ellas en autobús y de noche para evitar posibles bombardeos, tenían tres lugares principales de procedencia: la ciudad de Madrid, en su mayoría trasladados a la colonia de Graus; el Sobremonte y la zona de Oliván, en el frente del río Gállego, al norte de Sabiñánigo; y el frente de Teruel, muy activo en algunos momentos y con alternancia en los avances bélicos de las fuerzas contendientes. La colonia de Las Vilas del Turbón fue creada en octubre de 1937 y sólo duró medio año; su creación se debió a la necesidad de acoger a los niños de Biescas, que, tras caer en manos franquistas, fue recuperada momentáneamente por las fuerzas republicanas en septiembre del 38. En total, estas cinco colonias ribagorzanas acogieron a unos 350 niños, cuyas edades irían de los 6 a los 14 o 15 años. Unos cien tuvo la colonia de Graus, casi todos ellos procedentes de Madrid y muchos de ellos huérfanos de maestros; sólo unos pocos eran de algunos pueblecitos de Sobremonte, cerca de Biescas. Otro centenar de niños había en la de Estadilla, procedentes fundamentalmente de Gavín y Yésero y una docena de una más variada procedencia (Hostal de Ipiés, Pina de Ebro, Fuentes y Candasnos). Una cincuentena hubo en la de Benabarre, con algunos niños de Madrid y otros de Sobremonte, Grañén y alguno de Lafortunada y Bolea. Los casi noventa de la colonia de Las Vilas procedían en su totalidad de la recuperada Biescas.

Los edificios que albergaron estas colonias son viejos caserones nobiliarios (Estadilla), modernas quintas de recreo (Graus y Benabarre) y establecimientos hoteleros (Benasque y Las Vilas del Turbón). En la mayoría de los casos eran edificios incautados que pertenecían a familias adineradas que huyeron o fueron fusiladas al inicio del conflicto. En Benasque, se trató del Hotel Benasque, situado a las afueras del pueblo, camino de Anciles, y propiedad de Valero Llanas Tolosa, nacido en Capella en una familia humilde y hombre emprendedor y laborioso que se vio obligado a huir de Benasque cuando estalló la guerra. Era un lujoso edificio ya desaparecido decorado con exquisito gusto, que disponía de una rica biblioteca y que, a buen seguro, debió de impresionar a los niños que en él se instalaron. En Las Vilas del Turbón, la colonia se ubicó en el hotel-balneario, que pertenecía a una familia que había vuelto rica de Fernando Poo, entonces posesión española en África. Era una modernista y luminosa construcción que sigue, con las transformaciones y modificaciones posteriores, en uso en la actualidad. El edificio de la colonia de Graus era la Torre Pentineta, también llamada Torre Romero, por pertenecer al diputado conservador José Romero Radigales, que residía habitualmente en Madrid. Se halla muy cerca de Las Ventas de Santa Lucía, a la izquierda de la carretera que une Graus con Benasque. Era una lujosa y moderna finca de recreo, espaciosa y dotada de los mayores adelantos (agua caliente, lavadora...), que incluso contaba con una capilla que fue convertida en sala de cine. En Estadilla, la colonia se instaló en un viejo caserón, situado en medio de la población y perteneciente al barón de la Menglana, quien, al parecer, lo cedió de manera voluntaria lo que le costaría luego la cárcel, a la que sobrevivió por su fidelidad a la República. Finalmente, el edificio destinado a colonia en Benabarre, que aún puede verse hoy a la entrada de la población, era también un moderno y acristalado edificio perteneciente a un propietario local que fue fusilado junto a otras 17 personas en los sangrientos primeros días de la guerra. Cuando las fuerzas franquistas tomaron Benabarre instalaron en este edificio su Estado Mayor.

En las páginas del libro de Enrique Satué conocemos muchos detalles que aquí resumimos sobre las colonias y las peripecias vividas por los niños en ellas alojados. Sabemos los nombre de dos de ellas. La de Graus se denominó "Joaquín Costa". Sabido es que el ideario de Costa ha sido valorado y apreciado con diferente intención y deseo de apropiación, por otra parte imposible por su riqueza e independencia, desde todas las posiciones políticas. La colonia de Las Vilas, según algunos informantes del autor, se habría llamado "Julián Mur", en honor al ex alcalde de Jaca, muerto en los combates del frente de Biescas. El libro explica con detalle el tipo de maestro que se ocupó de la educación de los niños de estas colonias y que fundamentalmente se ajustaba a varios criterios de selección: estar próximos o pertenecer al sindicato FETE, tener destino en territorio ocupado, formar matrimonios de enseñantes y, finalmente, estar mutilado, tener alguna minusvalía, tener hijos discapacitados o ser viudo. Conocemos en el libro los nombres de los directores de estas colonias y el ideario pedagógico y político que inspiraba su línea educativa, así como la vida cotidiana de las mismas en el breve periodo de su existencia.

La ofensiva franquista obligó a su desaparición en marzo de 1938. Vivimos en las páginas del libro esos terribles días y cómo resolvió cada una de las colonias la desastrosa situación y el final que de manera irreversible se avecinaba. Muchos niños fueron evacuados a Cataluña, a la zona de Tarrasa: así ocurrió con los de Estadilla, los de Graus, que luego fueron llevados, en su camino hacia Francia, a la provincia de Gerona, y muy probablemente los de Benabarre. Más caótico y temerario fue el final de la colonia de Las Vilas, donde, ante la llegada de los franquistas, algunos niños al menos una veintena  quisieron unirse a quienes pasaban a Francia y, hambrientos y medio descalzos, lograron llegar andando hasta la localidad de Pont de Suert. Los de Benasque vagaron varios días por Anciles hasta la llegada de los llamados nacionales. Cuenta también el libro el éxodo final de algunos de los niños evacuados a Cataluña, desde donde pasaron a Francia, llegando en un par de casos hasta la vecina Bélgica. Algunos se reunieron con sus familias, en su mayor parte huidas a Francia a través de la Bolsa de Bielsa. Muchos de ellos vivieron de manera heroica y emotiva el reencuentro con sus familiares, algunos volvieron a España y otros vivieron el inicio de un duro y largo exilio en los campos de refugiados franceses.

Para terminar este artículo hay que decir que la lectura del libro es muy recomendable, porque saca a la luz, con rigor, documentación y amenidad, un episodio de la Guerra Civil, que muchos, incluso siendo ribagorzanos, desconocíamos por completo y que, gracias a la labor investigadora y tenaz de Enrique Satué, hemos incorporado al conocimiento de nuestra Historia más reciente.

Carlos Bravo Suárez

(Foto: La Torre Romero o de Pentineta, en Las Ventas de Santa Lucía, cerca de Graus, en la actualidad, y balneario de Las Vilas del Turbón, actualmente)


Artículo publicado en Diario del Alto Aragón

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