lunes, 25 de febrero de 2008

HISTORIA DE UNAS RUINAS: EL CONVENTO DE LINARES DE BENABARRE

Las ruinas del que fuera importante convento de Nuestra Señora de Linares se encuentran a las afueras de la histórica villa ribagorzana de Benabarre. Para llegar hasta ellas hay que tomar la carretera A-1606, que lleva a Laguarres por el denominado Coll, y seguir poco después una pista a la derecha -asfaltada hasta el cementerio- que conduce a la ermita de San Medardo. A pocos metros de ésta y a escasos dos kilómetros de la población, se encuentran los restos del antiguo monasterio. Sus piedras han visto pasar siglos de historia y han sido testigos de los cambios de una localidad que vivió en el pasado momentos trascendentales en el devenir del condado ribagorzano. A finales del pasado año, se publicó un pequeño pero atractivo y didáctico libro, escrito por Carmen Serna Montalbo, titulado "El monasterio de Nuestra Señora de Linares" (Universidad de Zaragoza, Colección Provecta Aetas, 2004), en el que, con algunas interesantes ilustraciones fotográficas, se realiza un recorrido por la historia de un lugar cuyos orígenes son difíciles de precisar y cuya definitiva decadencia se produjo con la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX.

Por lo que expresa en la introducción de su pequeña obra, Carmen Serna -autora también de varios libros de poesía- siente un gran cariño hacia Benabarre, al que está familiarmente vinculada. Se destaca en las primeras páginas la proximidad del convento con la ermita de San Medardo. Este santo, de origen francés, es el patrono de la villa y la ermita a él dedicada se encuentra en un bello paraje, junto a un manantial de agua que brota por las bocas de dos cabezas de buey esculpidas en bronce. La ermita es moderna, del siglo XVIII, con planta octogonal y tejado piramidal de pizarra. La verja de hierro que cierra el recinto tiene un cerrojo, aquí llamado "forrellat", al que se atribuyen propiedades fecundantes en las mujeres que lo tocan con el deseo de quedar por fin embarazadas. San Medardo es un lugar agradable y acogedor al que los benabarrenses profesan gran veneración y estima. Muy cerca de él, se hallan los restos del convento de Linares, en el camino que sube al Coll y a otros puntos de la sierra, en un lugar que en épocas pasadas tendría un importante tránsito de caminantes y peregrinos a los que el monasterio serviría de acogedora posada.

Hace pocos años, por el peligro que constituía su mal estado para los viandantes, se derribaron por completo las ruinas de lo que eran las dependencias del monasterio destinadas a vivienda. Hoy sólo quedan las de lo que fue su iglesia. El recuerdo del convento, tanto directo como fotográfico, permite su descripción: el edificio tenía tres plantas, su base era de piedra sillar y sus muros, de ladrillo. El tercer piso tenía una línea de una docena de ventanas de arco de medio punto muy próximas entre sí. En su fachada norte, hacia el camino del Coll y desplazada a la derecha, se abría la puerta de entrada principal. Esta parte del edificio, que posiblemente pudiera fecharse a finales del siglo XVI, tenía adosada una estructura lateral de construcción posterior.

Los restos que hoy pueden verse -cuando escribo este artículo con su interior totalmente invadido por las zarzas- son los de la iglesia del convento, que se describen en el libro con detalle. Aquí, y a modo de resumen, diremos que se trata de un templo de planta de crucero con ábside poligonal de cinco lados y con capillas laterales. Los muros son de buena sillería. Las dos capillas laterales están en relativo buen estado y quedan restos e indicios de un pequeño claustro con los arcos cegados por ladrillos para evitar su caída. Su datación no es fácil, pero la construcción parece corresponder a una iglesia gótica, probablemente de los siglos XV o XVI.

Por lo que se refiere a su historia, que la autora del libro va rastreando en diferentes fuentes documentales, la primera mención del convento se remonta a una obra de 1599 en la que se dice que "antiguamente había sido priorato de monjes benitos y había poseído el cuerpo del obispo de Vermandía, San Medardo, de nación, francés, que fue hallado cerca de la casa en la fuente que hasta hoy se dice San Medardo". Algunos historiadores de los siglos XVIII y XIX, sin ninguna documentación en que apoyar su tesis, le confieren un origen visigótico e incluso hacen de Recesvinto su fundador en el siglo VII. Sus primeros monjes serían benedictinos y tal vez Ramiro I, pero más probablemente Ramiro II, daría impulso al monasterio. En la obra "Cataluña Románica" se señala su posible pertenencia a la orden del Císter, aunque sin poder probarlo y recogiendo una transmisión popular. Apoyaría esa posibilidad el hecho de que las columnas de lo que sería el claustro fueran completamente lisas, tanto su base como el fuste y los capiteles, mientras que las de las obras benedictinas de Cluny destacan por su ornamentación. En 1898, en el capítulo dedicado a Benabarre del libro "Aragón histórico, pintoresco y monumental", Sebastián Montserrat y José Pleyán indican que en 1413, por diversas y adversas circunstancias de guerras, epidemias y sequías, los monjes benedictinos abandonaron el convento y la villa de Benabarre y los condes de Ribagorza lo tomaron bajo su protección. Fue entonces cuando se entregó el monasterio a los dominicos y un grupo de frailes de esta orden procedentes de Mallorca se hizo cargo del lugar. Por ello, es denominado en algunos libros como Santo Domingo de Linares. Según la tradición, en 1415, en su estancia en tierras ribagorzanas que tanta huella dejó en la vecina población de Graus, el fraile Vicente Ferrer se hospedó en este convento benabarrense. Con los dominicos, Nuestra Señora de Linares se convirtió en una comunidad floreciente y próspera, y ejerció una gran influencia en Benabarre y su comarca. Ya estaría en decadencia cuando en 1837, con la desamortización de Mendizábal, pasó a manos particulares. La señora Serna, casi al final de su libro, cita los nombres de sus sucesivos propietarios constatados en el siglo XX, hasta llegar a quienes en la actualidad trabajan las fincas en que se encuentran sus ruinas.

En el museo parroquial de Benabarre, además de un libro de horas, hay dos importantes piezas procedentes del convento: una imagen sedente de Nuestra Señora de Linares y la losa de la tumba de Doña María de Junqueres. Ambas fueron expuestas en las ediciones segunda y tercera de Lux Ripacurtiae, celebradas en Graus en 1998 y 1999, y aparecen reseñadas en los respectivos libros catálogo de las exposiciones. La primera es una talla románica de 75 cm, de madera policromada, con la Virgen sentada sobre un trono y el niño sentado en su regazo. Ambos han perdido la corona. La madre viste una túnica dorada y una sobretúnica negra; con la mano izquierda sostiene al niño y tiene abierta la derecha, que aguantaría una bola o esfera. El niño lleva un pequeño libro en su mano izquierda y le falta la derecha, en la que posiblemente tendría el índice levantado en actitud de bendecir. Podría ser del siglo XIII, pero los especialistas que la han estudiado no se ponen del todo de acuerdo en este punto. Parece evidente que la talla es románica en su composición original y que luego se incorporaron añadidos góticos a su trono, así como repintes que modificaron su forma primitiva. Según la transmisión oral, la imagen estuvo en la iglesia parroquial de Benabarre desde que, con la desamortización, el convento pasó a manos privadas hasta la pasada guerra civil en que desapareció. Afortunadamente, tras la contienda, pudo ser recuperada y volver a Benabarre, donde hoy puede verse en el pequeño museo de su iglesia.

También procede del convento linarense la lápida en piedra de la tumba de Doña María de Junqueres. A este sorprendente personaje dedicó Justo Broto Salanova un magnífico artículo, titulado "La Señora de Benabarre", en la publicación comarcal "El Ribagorzano" (Nº 20, nov. de 2002). En él se cuenta cómo Alfonso de Aragón, hijo natural del rey Juan II, en una de sus correrías guerreras por las tierras catalanas del Ampurdán y La Garrotxa, descubrió en el Mas de Jonqueras a la joven María, perteneciente a una noble familia catalana y que a la sazón contaba con catorce años de edad. Suponemos que prendado de su belleza mandó secuestrarla y conducirla a un lugar donde pudiera estar escondida y a disposición de sus deseos. Alfonso, pese a su condición bastarda, gozaba de la protección de su padre, que admiraba su fortaleza y osadía y que, contra la legalidad foral del condado, le nombró señor y conde de Ribagorza. Por ello eligió para sus fines el alejado castillo benabarrense, lugar seguro donde encerrar a María y disfrutar de ella cuando le apeteciera. Como resultado de sus visitas, nacieron de la joven dos retoños: Juan y Leonor. En momentos críticos para el reino y el condado por la guerra contra los franceses, María mostró gran energía y tomó decisiones que ayudaron a derrotar a los enemigos. Supo por ello el rey de su existencia y la socorrió económicamente, reconoció a sus hijos como nietos y la nombró a ella "gobernadora de Ribagorza". Mientras tanto, Alfonso, olvidado de María y de sus hijos, tenía otras amantes que le daban nuevos descendientes. Cuando decidió por fin casarse, lo hizo contra el permiso de su padre, quien, en castigo por su desobediencia, lo desposeyó del título de conde de Ribagorza, que hizo recaer sobre Juan, el hijo de María. Cuando en su lecho de muerte el rey quiso devolver el título a Alfonso, María de Jonquers luchó para que su hijo conservara su poder y logró el reconocimiento del conde por parte del nuevo rey Fernando. Aún aumentó Juan su posición y su riqueza en 1479 al casar con una dama adinerada e importante: María de Gurrea, baronesa de Luna, Pedrola, Tramaced y Torrelles, conocida popularmente como "la rica hembra". Sus descendientes, posteriores condes de Ribagorza, tomaron como primer apellido el de esta importante familia aragonesa. Estuvieron el conde Juan de Aragón y su madre María de Jonquers muy vinculados al convento de Linares, al que siempre protegieron. Fueron ellos quienes dieron nuevo impulso al monasterio asignándolo a la orden de los dominicos. Cuando el 15 de mayo de 1506 murió Doña María, fue enterrada en el presbiterio de la iglesia del convento, bajo una losa de granito con motivos renacentistas con la siguiente inscripción: AQUÍ YACE LA MUY MAGNÍFICA SEÑORA DOÑA MARÍA DE JUNQUERS, NATURAL DEL AMPURDÁN, MADRE DEL ILUSTRÍSIMO DON JUAN DE ARAGÓN, DUQUE DE LUNA, CONDE DESTE ESTADO. LA QUAL SEÑORA FALLECIÓ EN ESTA VILLA. AÑO DE MIL Y QUINIENTOS Y SEIS EN EL MES DE MAYO A QUINCE, CUYA ÁNIMA DIOS TENGA EN SU GLORIA. AMEN.

El libro de Carmen Serna, que termina con un bello poema a las ruinas de Linares, es una meritoria contribución al conocimiento de la historia de un monumento que, aunque sólo conserve unos pocos restos del esplendor que tuvo, fue en tiempos pasados un lugar de gran importancia e influencia en toda la comarca ribagorzana. Desde aquí nos sumamos al deseo de la autora de que, al menos lo que queda del antiguo monasterio, sea salvado de la demolición o el abandono por quienes tengan competencia para ello.

Carlos Bravo Suárez
(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón el 6 de marzo de 2005)
(Fotos: Ruinas del convento de Linares y vista general de Benabarre con su castillo)

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