miércoles, 20 de febrero de 2008

EL AMOR FRUSTRADO DE JOAQUÍN COSTA



Joaquín Costa vio frustrados muchos de sus proyectos e ilusiones a lo largo de su vida. Su origen humilde, la enfermedad degenerativa que padecía y su carácter obstinado y terco, demasiado puntilloso en ocasiones, condicionaron en buena medida la existencia del gran polígrafo altoaragonés. Ya en 1930, M. Ciges Aparicio le dedicó un libro biográfico con el significativo título de "Joaquín Costa. El gran fracasado". En 1971, el gran hispanista inglés George J. G. Cheyne, en la que hasta la fecha es la mejor biografía del llamado "León de Graus", parafraseó ese título en el de "Joaquín Costa. El gran desconocido". Sin embargo, en sus páginas estudió a fondo y mejor que nadie las frustraciones y fracasos sufridos casi siempre con desgarro por el pensador regeneracionista, tanto en el plano profesional como en el político y en el sentimental. A su amor por la joven Concepción Casas dedica uno de los capítulos de su magnífico libro y de él extraigo la mayor parte de las informaciones que he utilizado para la confección de este artículo.(1)

Concepción Casas fue el primer gran amor de Joaquín Costa. Hasta la irrupción en su vida de la joven oscense, apenas hay referencias a otras mujeres en sus notas escritas. En su estancia en Huesca entre los años 1863 y 1867, Costa trabajó como criado a cambio de la comida y el lecho en casa de su pariente lejano don Hilarión Rubio. Allí conoció a una joven llamada Pilar, a quien cita siempre por su nombre de pila y de quien apenas da detalles en sus diarios. Según Cheyne, podría tratarse de una sirvienta de la casa, pero en realidad tal vez fuera una hija del propio don Hilarión. En octubre de 1867, el joven Joaquín escribe en su diario que desea encontrar la felicidad formando una familia y añade: "...¡Pilar! ¡Agricultura! ... vosotras solas podéis dar cumplimiento al programa que mi alma desea..." Al abandonar París tras su visita a la Exposición Universal de ese año, Costa anota: "He comprado unos pendientes para Pilar. Cuán bonitos le estarán, a ella que es tan bella. ¡Pero no podrá llevarlos ni enseñarlos porque...tendría que demostrar su origen! Ojalá pueda llevarlos en un día solemne...el día de nuestra boda, como un dulce recuerdo de mi amor puro, de mi viaje a París y de mi estado presente...". La ruptura con el muy católico don Hilarión, que acusaba a Costa de racionalista y ateo, no tardó en producirse, y parece que fue su tío quien, por esta causa y otros motivos de índole social, persuadió a la joven para que se alejara de su pretendiente. Para entonces, éste ya estaba completamente convencido de que su pobreza y sus ideas iban a condicionar para siempre su porvenir.

Entre 1868 y 1870 no se menciona el nombre de Pilar. Sin embargo, se percibe en Costa la necesidad imperiosa de amar y la dificultad de encontrar correspondencia a ese sentimiento. En 1868, escribe con la típica grandilocuencia romántica: "¡Amor, amor! ¡Dicha! ¡no huyáis de mí! ¿Qué mal os he causado? ¡Ah! No me escuchéis, no: es preciso que sufra, es preciso que mi alma se vea torturada. ¡Amor, amor! ¡habías de ser tú verdugo ¡tú! ¡Ay! ¿de qué te sirve el amar? Amas, sí, amas intensamente, pero sólo el vacío, el horrible vacío responde a tu amor... (...)"

En 1870, anota en su Diario la admiración que siente por Isabel Palacín, a quien Costa siempre llamó Elisa: "¡Bellísima mujer! ¡corazón sensible!". Isabel es la mujer de su amigo Teodoro Vergnes (o Bergnes, como a veces se le cita) y por ello Costa no se permite llevar más allá esa atracción. Como se sabe, más tarde, cuando ella quedó viuda, de las relaciones entre Costa y Elisa nacería Pilar Antígone, única hija del escritor y jurista, a la que éste nunca reconoció públicamente.

Por esos años, primera mitad de los setenta, cobra cierta relevancia en la vida del polígrafo la presencia de otra mujer: Fermina, que, como Pilar, aparece siempre en sus diarios sólo con su nombre de pila. Se trata de Fermina Moreno, a la que Costa conoció en casa del canónigo don Modesto de Lara, de quien era prima y doméstica en ese momento. En su diario, Costa añade significativamente la frase "and his wife". Fermina era mayor que Joaquín y entre ambos surge una relación de ternura que el escritor parece considerar más como materno-filial que como ninguna otra cosa. Costa la tiene como "mujer de gran talento y exquisita sensibilidad", y ambos se confiesan sus penas y sus preocupaciones. Ella siempre cree en él y le ayuda a no caer en el desánimo por su pobreza; él la consuela cuando su primo el canónigo la abandona y deja sola. Cheyne no cree que la relación fuera más allá y reprocha a Ciges y a Olmet que en sus respectivas biografías dejen entrever que hubo algo más entre ellos. Olmet llega a escribir que sólo la diferencia de edad impidió que ambos se casaran. De todas maneras, mantuvieron relación epistolar durante un tiempo y, cuando estaba sufriendo al ver rechazado su amor por Concepción, Joaquín buscó por carta el consejo de Fermina, aunque ella contestó con más frialdad de lo esperado y en su respuesta revelaba, según anota el propio Costa, "como fatiga y celos".

En 1875, Francisco Giner de los Ríos, pedagogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, es apartado de la Universidad de Madrid por sus ideas krausistas y liberales. Costa, amigo y discípulo de Giner, se solidariza con él y renuncia a su puesto de profesor supernumerario, viendo así truncada su carrera universitaria. El propio Costa explica su frustración: "¡Pero qué desventurada criatura que soy! Cuando al cabo he llegado a auxiliar, cuando se acerca junio, y con él el derecho de ser jurado en tribunales de examen y sacar 50 o 60 duros, voy a tener que renunciar al título de profesor supernumerario". Costa se presentó entonces a las oposiciones para Oficiales Letrados de la Administración Económica y obtuvo el segundo puesto. Por real orden del 12 de septiembre de 1875, fue nombrado oficial letrado para la provincia de Cuenca. En ese mismo mes, perdió el premio extraordinario del Doctorado de Filosofía y Letras frente a Menéndez Pelayo, en una decisión que el aragonés siempre consideró injusta.(2)

A finales de agosto de 1876, Joaquín asistió en Graus a la boda de su hermana y a su regreso a Cuenca hizo una parada en Huesca, donde conoció a Concepción Casas, a la que él llamará Concha (3). Ella, hija del médico Serafín Casas, de una conocida familia oscense, tenía dieciocho años; él iba a cumplir los treinta en el mes de septiembre. Costa tenía el propósito de acercarse a Madrid donde Giner le había ofrecido ser profesor en la Institución Libre de Enseñanza y sumar así un complemento a su sueldo de letrado. Logró el traslado a San Sebastián (4) y más tarde a Guadalajara, acercándose de este modo a su objetivo en la capital. Sin embargo, inesperadamente, Costa aceptó una vacante como letrado en Huesca. El motivo no era otro que no haber podido olvidar a Concepción.

En junio de 1877, "El Diario de Huesca" se hace eco de la llegada a la ciudad de "uno de los hijos de la provincia que más la honran". Costa publicó varios artículos en dicho diario y desarrolló una activa vida social en la capital oscense. Contra sus austeras costumbres, gastó en ropa, bailes, teatros y conciertos más de lo que podía, y frecuentó los domicilios de algunas familias acomodadas, como los Casas y los Tolosana. Todo por estar más cerca de Concha y lograr la aceptación de su familia. Pero a la fama de su inteligencia y su talento, pronto se unió la desconfianza y el rechazo de algunos sectores de la ciudad hacia su racionalismo y sus ideas krausistas. También se criticó que no asistiera con regularidad a las misas de las fiestas de guardar. Ello no pasó desapercibido a la familia Casas, de condición muy religiosa y conservadora. Pronto Joaquín pasó de la euforia a la amargura, y vio cómo el amor con que Concepción parecía corresponderle empezaba a tener que superar obstáculos cada vez más infranqueables.

Buscó entonces ante la adversidad el consejo de su maestro Giner. La carta que envió al pedagogo malagueño en diciembre de 1877 es el mejor documento para entender cuál era el problema desde su perspectiva de enamorado. Es necesario reproducirla en buena parte porque en ella Costa explica con claridad la causa de sus penas:

"Usted que posee el don de consejo, y que es acaso mi único amigo, habrá de tomarse el trabajo de asistirme con sus luces en un asunto delicado que sólo con usted y con otra persona distante puedo consultar. (...) Usted no recordará ya que días antes de partir para Cabuérniga, le dije (...) que vivía en Huesca una niña que me merecía tan vivas simpatías, que a ella uniría mi suerte, caso de acceder ella y su familia. Lo que no le dije fue que por verla y tratarla me había hecho trasladar a Huesca, alegando otros pretextos: se había despertado ya en mí verdadera pasión hacia ella y luego ha ido creciendo y desarrollándose en términos que acaban de ahogarme. Intimé su trato y frecuenté su casa, dando tiempo para conocerla y que me conociese: comprendí su mérito, y se hizo una necesidad imperiosísima para mi alma, a punto de vincular en ella todo mi porvenir: la inspiré simpatías: las gentes nos tenían ya por prometidos. En este estado, hablé a su madre, por razones que no son del caso, y después de varios incidentes y alternativas que me han robado el sueño y el estímulo del trabajo (hace un mes que lo tengo todo interrumpido y en suspenso) me ha declarado ella, la niña, que también sufre por causa mía, que también ha luchado y lucha, pero que ha surgido entre los dos un abismo que parece imposible de llenar. El abismo es éste: El padre, aunque médico y catedrático, es ultramontano intransigente, si bien supo transigir con D. Alfonso porque no le embargasen los bienes por carlista: la niña no es hermosa; no es rica: sus atractivos y su mérito están en sus condiciones de carácter, discreción, talento, cultura, sentido práctico e idealidad, al par que atesora, y es una de sus cualidades suyas el ser religiosa, sin ser mojigata. La familia es modelo, entre los modelos de las familias españolas; de ella forma parte un canónigo hermano del padre; viven todos de un mismo pensamiento; son amigos de mi tío Salamero. Con estos elementos, comprenderá usted el género de nube que se ha interpuesto entre los dos y el abismo que ella me ha señalado: le han dicho que no concuerdan con las suyas mis opiniones religiosas, que hago propaganda de la Institución Libre de Enseñanza, en la cual se explican doctrinas anticatólicas o se admite la posibilidad de explicarlas, etc, y que por tanto, ni ella podría hacerme feliz, ni yo a ella. Es la historia de siempre, la historia de la decadencia del gentilismo, la historia de los tiempos en que estamos entrando..."

En enero del siguiente año llegó la respuesta de Giner. En ella amonesta a Costa por "enamorarse hasta la pasión sin cerciorarse previamente del modo cómo esa señorita había de juzgar y recibir la divergencia de sentido religioso". Y porque "usted no debió entregarse y dar aliento a sus primeras simpatías, hasta asegurarse de que esa señorita reunía todas las condiciones esenciales para hacer su vida con la de usted una sola". Además, Giner añade que "a la oposición de los padres, doy ciertamente valor (...), pero, si la mujer responde a nuestros sentimientos esa oposición se desvanece siempre". Por eso, continúa, "la grave, es la actitud de esa señorita". Y da a su amigo el consejo que le había solicitado: "El principio de conducta es éste: dada la situación actual, si usted cree poder persuadir a esa señorita de que puede irse a la gloria casada hasta con un ateo, persuádala y cásese". Pero, "si no hay fundados motivos para suponer que volverá sobre su primer modo de comprender las cosas, abandone usted el campo resueltamente y sin insistencias, que serían ya una ofensa a la conciencia de esa señorita, y envolverían una persecución impropia de un hombre de honor". Giner se despide con la esperanza de que Costa no decaiga ni ante los demás ni ante sí mismo, porque "los hombres deben guardar para la intimidad sus penas y dolores" y "en público, morir, si es preciso, con la sonrisa en los labios, con gracia y sin sensiblería".

Giner pone de relieve en su carta que pese a la oposición de sus padres, que Costa estima decisiva, es probablemente la propia Concepción quien rechaza a su pretendiente por la discrepancia religiosa que se abre entre ambos. La respuesta del altoaragonés al pedagogo rondeño lleva implícito un cierto tono de reproche: "Usted no es un hombre, es una categoría". Pese a todo, acepta sus consejos con una mezcla de resignación e ironía: "Es verdad: nada de comunión de penas; nada de válvulas, sonrisa de primavera sobre el cráter; ya que nacemos llorando, muramos riendo; seamos héroes, no mujeres: tengamos corazón para sufrir y para esconder el sufrimiento". En la carta siguiente, última en la que aparece este asunto sobre el que ya no vuelve a tratarse en su larga correspondencia, Giner rechaza haber censurado la actitud de Costa y hace a éste una confidencia personal, casi insólita en persona tan discreta con su intimidad y, según Cheyne, poco destacada por sus biógrafos: "Conozco por experiencia ese género de contrariedades y con ellas lucho ahora mismo: con la diferencia de que yo voy a tener pronto 40 años y usted tiene 30. Esto es: yo comienzo a dudar de poder resolver mi asunto; y usted se casará con esa señorita o con otra. Dígame pues de todo; ánimos, cuídese y déjese de tonterías".(5)

La otra persona a la que el altoaragonés pide consejo es el canónigo, ya citado, don Modesto de Lara. Al ser éste amigo de la familia Casas, Costa busca que interceda ante ella en su favor. El canónigo llama a Joaquín a Zaragoza, donde ahora reside, y le propone un plan un tanto maquiavélico: Costa debe escribirle dos cartas desde Huesca con fecha falsa, dirigiéndose a él como si fuera su confesor y explicándole su problema. Don Modesto las hará llegar a Don Serafín y a su hermano don Bruno Casas, canónigo de la catedral de Huesca, para que vean que el pretendiente de Concepción no es tan poco religioso como de él se dice. Por su parte, Don Modesto contestará a Joaquín en los términos adecuados para que éste pueda enseñar las cartas a Concepción y poder influir sobre ella. Costa, enamorado hasta la médula, acepta el plan, aunque no sin mostrar escrúpulos: "El plan era magnífico, pero también miserable y contrario a la sinceridad y al honor y a la conciencia puesto que él y yo mentíamos y armábamos acechanzas a una conciencia, si bien preocupada y fanática. Amo tanto a C.C. que todo me parecía perdonable". Y no deja de resultarle paradójico que mientras un racionalista le aconsejara "con la voz de Dios y fuera su conciencia objetiva", un clérigo se pusiera de su parte pero "con la voz del diablo" y fuera "la lisonja de su pasión y su provecho".

Sin embargo, la estrategia de Don Modesto no funciona, y Costa conoce directamente la opinión del padre de Concha por la carta que éste envía al canónigo puesto a celestino. La respuesta no puede ser más contundente. Tras alabar la inteligencia, la erudición y las "costumbres severas y fino trato social" del pretendiente de su hija, Don Serafín pasa a mostrar sus aspectos negativos y los motivos de su rechazo:

"Oscurece sin embargo este hermoso cuadro la educación científica y literaria recibida en la Universidad Central, de profesores krausistas ... así como el pertenecer en cuerpo y alma a la Institución Libre, cuerpo docente completamente librepensador, y por tanto refractario a toda autoridad superior a la ciencia y a la razón, únicas deidades a las que rinden culto (...) Y como yo soy ...católico, apostólico, romano rabioso, ultramontano, como se dice, ... y por tanto hijo sumiso de la Iglesia, (...), partidario de la infalibilidad del Papa, etc, de ahí que me haga mal y deplore, que tan simpático joven, a quien mi corazón busca, mi cabeza rechace... Pero ha tenido la desgracia de que sus antecedentes conocidos en cuanto al sesgo dado a sus estudios y a algunos de sus escritos hayan puesto en guardia aquí a los católicos eclesiásticos y laicos, y pasa fatalmente por adalid y aun propagador de la filosofía alemana en esta localidad..."

Acaba Don Serafín aludiendo a la existencia de otro proyecto matrimonial y rogando a Don Modesto que haga desistir a Joaquín de sus intenciones. El asunto parece, por tanto, concluido y sin esperanzas para el joven Costa. Sin embargo, éste sigue viendo a Concha y ella le confiesa que también sufre por la situación creada, aunque cada vez muestra más frialdad hacia su pretendiente. A la mente de Joaquín acuden los complejos que, a menudo con motivo, suelen acompañarle, y achaca el distanciamiento a sus problemas físicos y a la pobreza económica de su familia. Incluso, olvidando los consejos de Giner, pierde los papeles y ofende a Concepción enviándole unas "Meditaciones y Confidencias" que precipitan la ruptura definitiva. Él mismo reconoce su error: "He perdido la calma, me he vengado, fingiendo un odio que no abrigo, escribo cobarde una carta insultante, pero ¡ay! esta carta no era sino otra vez el amor." Ella le contesta que "como mujer no olvidaré nunca jamás...que es usted el único hombre que se ha permitido prodigarme sin ningún derecho tamañas ofensas".

Aunque la ruptura se produce y Costa abandona Huesca en 1879, aún se mantiene entre ellos una esporádica correspondencia epistolar. Joaquín escribe a Concepción algunas cartas, varias en francés, y en una de ellas, esta vez en español y desgraciadamente no fechada, hace un resumen de las causas que en su opinión impidieron que la relación continuara: "...hay entre usted y yo un tío que me odia por liberal, un padre a quien inspiro yo repugnancia invencible por igual motivo y una mamá que me aprecia como hombre, pero que me desdeña por pobre, y si bien a usted la conceptúo mejor que a todos tres, y con ánimo para saltar por encima de estos dos obstáculos, no así para pasar por encima de aquellas tres personas".

En 1893, quince años después del episodio relatado, se produjo la muerte de Concha. Sobre un poema que ella le había mandado en el momento de su ruptura, Costa anota un escueto "Ha muerto". Y, en la misma carta de ruptura de Concepción, escribe con fecha de junio del 93: "¡Pobrecilla! Se casó hace dos o tres años con un magistrado o fiscal, se fue con él a Ultramar, creo que a Puerto Rico, y acabo de saber que ha muerto, parece que de sobreparto. ¡Pobrecilla! ¡Pobrecilla!...".

Por azares de la vida, y cuando yo ya tenía en mente escribir este artículo, he coincidido laboralmente con una biznieta de Concepción Casas. Desgraciadamente, sus cartas fueron quemadas, pero en su familia se ha transmitido la idea de que Concepción era una mujer de gran personalidad y que ella misma y por sí sola decidió la ruptura con Costa, por sus desavenencias religiosas y por la preocupación que le producía el tipo de educación que los futuros hijos de ambos pudieran recibir. Es muy probable que así fuera, pero aunque hubiera sido ella menos piadosa parece difícil pensar que una mujer de su edad y en aquellos tiempos pudiera rebelarse contra la autoridad familiar, que a la postre decidía casi siempre el matrimonio de las hijas casaderas.

Coincido con Cheyne en la importancia que este episodio tuvo para el joven Costa. Fue una frustración que sin duda le marcó y que, sumada a otras sufridas en otros aspectos de su vida, contribuyó a aumentar su amargura y la percepción de que, por su condición humilde y sus ideas, la fatalidad, en un país que no perdonaba ciertas cosas, le perseguía pese a su reconocido talento.

Costa no vio cumplido ya nunca su deseo de casarse y formar una familia, aunque, como ya se ha dicho, de su relación casi clandestina con Isabel Palacín nació su hija Pilar Antígone. Pero ese es ya otro episodio de la vida sentimental y amorosa de nuestro ilustre polígrafo que merecería tanta atención o más que el que se ha relatado en estas páginas.

NOTAS:
(1) Puede considerarse como el primer esbozo biográfico escrito sobre Costa la obrita "Biografía y bibliografía de D. Joaquín Costa" (Huesca, 1911), de su amigo y discípulo grausino Marcelino Gambón. Biografías posteriores y más amplias son las de Luis Antón de Olmet, "Los grandes españoles: Costa" (Madrid, 1917), y M. Ciges Aparicio, "Joaquín Costa. El gran fracasado" (Madrid, 1930). En 1972 George J. G. Cheyne publicó "Joaquín Costa, El gran desconocido" (Ariel, Barcelona). El capítulo dedicado al episodio amoroso con Concepción Casas ocupa las páginas 92 a 101 y de él tomo muchas de las citas de este artículo.
(2) Sobre esta cuestión hay un excelente trabajo en el libro de G. J. G. Cheyne "Ensayos sobre Joaquín Costa y su época" (Edición de Alberto Gil Novales, I.E.A., 1991, páginas 15 a 27).
(3) Tomo el dato del reciente libro de Alfonso Zapater "Joaquín Costa" ( Editorial Delsan, Zaragoza, 2005, pág. 33). Según Zapater, Concepción empezó siendo colaboradora de Costa cuando éste preparaba su trabajo "Cuestiones celtibéricas: religión", debido a la profunda formación religiosa de la joven. Concha trataba en un principio a Costa con gran respeto, pero pronto empezaron a tutearse y a ganar mutua confianza.
(4) En su estancia en esta ciudad, Costa se refiere a veces en su diario a su prima Salvadora Castán como una posible candidata a futura esposa. Cuando en Huesca las ve a las dos juntas, Salvadora no resiste la comparación con Concha. Al romper con ésta vuelve a pensar de nuevo en su prima, aunque no por mucho tiempo.
(5) La correspondencia completa entre Costa y Giner fue publicada por Cheyne en el libro "El don de consejo. Epistolario de Joaquín Costa y Giner de los Ríos (1878-1910)" (Guara Editorial, Zaragoza, 1983). De este libro tomo las citas epistolares que transcribo.

Carlos Bravo Suárez

(Artículo publicado en Diario del Alto Aragón)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Isabel Palacín era viuda del ingeniero Teodoro Bergnes de Las Casas, hijo del ilustre helenista, editor, senador y rector de la Universidad de Barcelona D. Antonio Bergnes de Las Casas.

Carina Mut Terrés-Camaló
Torroja y Bergnes de Las Casas

carlos bravo suarez dijo...

Muchas gracias por la información. Tal vez tenga usted datos interesantes sobre Teodoro Bergnes e Isabel Palacín y su relación con Joaquín Costa. Si pudiera facilitarme alguna información a mi correo electrónico (carlosbravosuarez@gmail.com) se lo agradecería mucho.
Gracias de nuevo y un cordial saludo

Ana Roca dijo...

Muy interesante.Pero quién se retrata perfectamente aquí es Giner. Admirable su respuestal ¡Qué gran maestro.!